miércoles, 21 de agosto de 2013

Pregón de las fiestas de Monleras 2012 pronunciado por Luis Rafael Ramos Pascua


Buenas noches,

Muchas gracias, Ángel, en primer lugar. Gracias también a la Comisión de Fiestas del pueblo; a mi suegro Eliseo, que es quien me aguanta y alimenta desde hace más de 6 años en León; a algunos amigos que se han desplazado desde Salamanca (Toño, Alberto, Juanma, Iván y Herminio, con sus respectivas mujeres), que realmente han venido a merendar…; y, especialmente, gracias a todos vosotros, pueblo de Monleras, del que recibo infinitamente más de lo yo nunca os podré dar.

Hace un año (te acordarás, Ángel), me invitaste a pregonar las fiestas del pueblo. También recordarás mi respuesta: “no”. Te dije que no, convencido de que todavía era muy joven para hacerlo, aparte de que hubiera gente con más merecimientos y sucedidos que contar que yo. Cuando se lo comenté a mi hermano, para que lo ratificara (mi juventud, especialmente), me dijo una frase lapidaria que no olvido: “Pero macho, si eres un carcamal de casi 50 años…”. Esta frase me hizo reflexionar, “mirar para atrás”, y que no podía negar la evidencia y reconocer mi edad. Es decir, la de mi quinta. Y entendiendo el ofrecimiento como representante de los “carcamales de 50 años”, acepté la invitación.

Aceptado el encargo (y la realidad del paso del tiempo), he de reconocer que el sentimiento de orgullo y satisfacción que tengo desde entonces es enorme por el honor que supone para mí pregonar las fiestas del lugar que ocupa la parte más importante de mi vida: Monleras. Pueblo del que todos podríamos contar anécdotas de su universalidad. Así, por ejemplo, me contaron que Yoli, en su erasmus del año pasado en Portsmouth, al hacer los papeles de residencia, cuando respondió a su casero que era de Monleras, no salió de su asombro cuando aquél le contestó: “Oh… I Know Monleras” (“Oh… yo conozco Monleras”).

Y os puedo contar otra anécdota, ésta con nombres y fechas concretas, que me sucedió el 14 de junio de 2012, hace poco más de un mes, en el acto de bienvenida al último congreso de la Sociedad Española de Medicina y Cirugía del Pie y Tobillo, que se celebró en León y que puede corroborar el entonces presidente de la Sociedad, el doctor Juan Manuel Curto Gamallo, que esta noche está aquí con nosotros. En la exhibición de lucha leonesa que se organizó y que incluyó, pues al parecer es costumbre hacerlo, una pelea entre un luchador y el presidente del congreso (que era yo), me tuve que enfrentar al luchador profesional conocido como “El Elegante de Campohermoso”. Me tuve que poner un sobrenombre y elegí, micrófono en mano, el de “El Charro de Monleras”. Tras la pelea, que terminó en tablas y de la que contaron las crónicas (El Diario de León) que “el de Monleras” había mostrado muy buenas maneras, se me acercó otro luchador y me preguntó que si yo realmente era de Monleras. Cuando le contesté que sí me respondió que él conocía el pueblo porque había estado en un campo de trabajo allí, y que le había gustado mucho. Un inesperado y sorprendente testimonio de la importancia de lo que el pueblo, Ángel, está haciendo.

Dejando atrás estas anécdotas, cuando empecé a preparar el pregón decidí combinar la palabra con imágenes, una licencia que me he concedido, saltándome el protocolo, en beneficio de la audiencia, que seguro que agradece verse retratado en las paredes del frontón. En cuanto a su contenido, teniendo en cuenta que suele referirse a la relación del pregonero con el sitio donde actúa y que, siendo así, podría estar hablando semanas enteras, voy a resumir lo que os quiero contar, leyéndolo, para que no se nos enfríe el chocolate. Antes quiero avisar que a los más jóvenes quizás les suene a “batallita de abuelo Cebolleta” y que “mi historia” puede tener otras perspectivas si fuera contada por otras personas que la vivieron desde “otro frente”. Dice así (saco el escrito y leo):


La historia que os voy a contar empezó un día de noviembre de 1962, cuatro después de que naciera Juanfran (el Camino) y pocos antes de que lo hiciera Marinieves, pues compartieron embarazo (que no embarazador) Lorenza, Doña Juliana y mi madre, además de otras que irían alumbrando a los de aquella quinta: Cefe, Lázaro, Marijose, Geli, Maribel… o a Pedro, Javi, Enrique y Celia un poco más tarde. Todos éstos, y otros que dejo en el tintero y a los que ya pido disculpas por el olvido, serán los protagonistas de esta película, nuestro propio Cuéntame, en la que me atribuyo el papel de narrador. Nuestros “mayores”, admirados maestros de nuestras trastadas, cuya historia tendrá que contar otro, y dará para muchos pregones, fueron los de la quinta de Anselmito, el Titi, Facundo, los isidros, Rosario, Santi, Lisardo, Lali... Con otra hornada entre éstos y nosotros (a la que pertenecieron José Antonio el Camino, Paco el Carolo, mi hermano, Paulino y Perfecto, Eva, Ángel, Logi, Juanje, Tito y Vicente, Pedri y Jose –los Gurullos-…) y aún otra inmediatamente por encima de la nuestra (la de Sili, Andrés, Eduardo y alguno más).



Ajenos a las dificultades propias del momento, que nuestros padres sorteaban como podían (aquéllo sí que era vivir en crisis sin saberlo), pasó para nosotros la década de los sesenta y entramos en la de los setenta, muchos recién “comulgados” y algunos emigrados del pueblo en busca de un futuro distinto.





Este fue el caso, entre otros muchos, de mi familia, que recorrería Oviedo, Alcalá de Henares y, finalmente, Salamanca, como otros, en su día, también con la mítica furgoneta de José Ramón como mudo testigo, emigraron a Bilbao, Madrid o Barcelona; lugares que, lejos de distanciarnos del pueblo, paradójicamente, nos acercaron más a él.


Y es éste buen momento para reconocer y agradecer a los que permanecieron en Monleras, como fieles guardianes de aldea gala, el sacrificio que hicieron para que el pueblo llegara a ser lo que hoy es.

Desde la distancia, mi hermano y yo vivíamos anhelando la llegada de las vacaciones de Navidad, Semana Santa y, sobre todo, de verano, para volver a nuestros orígenes. Al paraíso soñado de las libertades donde toda fantasía era realizable. De tal forma, todos los años, sin pasar por ningún viaje al extranjero, campamento, playa ni curso de inglés (así me luce el pelo con los idiomas), el primer día de las vacaciones éramos “descargados” en el pueblo, entre “los nuestros”, donde reaparecía (y sigue reapareciendo) nuestra verdadera y feliz naturaleza y personalidad.



Responsables directos de aquellos buenos recuerdos, en nuestro caso, fueron mis abuelos, en cuyas casas nos repartíamos para comer y cenar… y poco más, pues apenas las pisábamos. Cenábamos en los lares de Rosendo y comíamos en terreno “Cavila”, en casa de mi abuela María, de la que indisimuladamente salíamos con el último bocado en la boca hacia nuestro territorio del juego particular: el barrio de los Álamos, donde siempre nos esperaban prestos, normalmente riñendo entre sí, nuestros inseparables y entrañables Cefe, Pauli, Perfe y Manuel; y el capo del barrio, que tenía su domicilio donde hoy vive Francisco Manuel, el de Graci: nuestro querido señor Constantino, marido de la señora Socorro, siempre dispuesto para, cogidos entre sus piernas, darnos “el tete” (una descarga de cosquillas que nos ponía al borde de la asfixia y nos hacía, literalmente, incontinentes). Recuerdo perfectamente la tristeza que nos afligió el día de su muerte, pues era nuestro particular Chanquete.


Como éramos niños, enseguida volvimos a las andadas y retomamos las armas (nuestros espadas y arcos, con flechas que hacíamos con las varillas de los paraguas), el juego “de los palos” (una especie de escondite en los pajares del barrio, que gracias a nuestras invasiones estaban siempre bien ventilados) y otras “travesuras”, casi siempre dirigidas a los más pequeños del Barrio: a Manuel, el hermano menor de Cefe, y a los hijos de Paco y Rosa, primos míos, Juan, Ignacio y Germán, que nos respondían… a pedradas. Germán no, pues era el más pequeño y, entonces, especialmente dócil, hasta el punto de, alguna vez, dejarse inflar (sólo un poquito) con una bomba de tractor. Todavía resuena en nuestra memoria el eco de la ruidosa salida natural de aquella ventolera que se le había insuflado “contra natura”. Ni al mismísimo Gila se le hubiera ocurrido una barbaridad semejante.


Durante aquellos años se iniciaron los baños colectivos en la carretera cortada, en una especie de piscina improvisada por Don Juan con unas cuerdas para que nadie se saliera a la cuneta. Fue ésta una de sus incontables iniciativas en beneficio del pueblo. Gracias por todo, Don Juan… y descanse en paz.


¡Se agolpan tantos recuerdos en la memoria…! Nos divertía ayudar a encerrar y ordeñar las ovejas de Ovidio; echar carreras por las Cruces con el trasero al aire pintarrajeado de moras; o cuando un día mi hermano pintó en la puerta del corral de mi abuelo José Antonio la inscripción “Fort Spiderman” y la máscara del superhéroe, cosa que el abuelo, poco versado en la cultura del comic norteamericano, no entendió en absoluto y que nos valió una sonora reprimenda y la obligación de raspar la pintada con un cristal al día siguiente. ¿Y cómo olvidar la emoción depredadora que nos embargaba cuando íbamos a ranas y a pájaros (que alguna vez asamos y comimos en la Romera)?; o cuando construíamos cabañas en la espesura, entonces casi impenetrable, de la Alameda; o las algaradas contra los del Barrio de Abajo, que una vez incluyó el secuestro de Manolo, el de Valentín y Manuela, por el que, a pesar de intentarlo, no conseguimos ningún rescate.

Guardo también un grato recuerdo de nuestros juegos y partidos en la Romera; de mis primeros raquetazos en el frontón de la plaza (que hicieron de mí un campeón… efímero, hasta que llegó Roberto, el marido de Rocío, que me devolvió a la realidad); y del baile de los domingos en casa Paca, con ésta agitando el bolsillo de su faldón para cobrarnos la entrada en la oscuridad, sólo iluminada por la famosa bola de colores que colgaba del techo.





También por entonces fui monaguillo, coincidiendo con las vocaciones en este menester de Ceferino y Emilio (no el actual Don Emilio, sino, sorprendeos… ¡el del bar, el de Domi!), vocaciones inducidas todas ellas, también la mía, por la media peseta que don Avelino pagaba a sus acólitos por cada misa de diario “oficiada”, que era peseta entera los domingos. Duré solo uno, histórico, eso sí, porque fue el único, que recuerden las crónicas, que nadie del pueblo comulgó por mi descuido. Nadie me había dicho que los domingos se consagraban las formas para toda la semana y que había que acercarlas al altar ese día. Aunque seguíamos confesándonos todos los fines de semana, entre confesión y confesión ejercíamos impenitentemente como banda de Curro Jiménez, donde Cefe era El Gitano, Isidoro El Estudiante y Loren, el del maestro, El Algarrobo.



Y así fueron pasando los años, hasta que la naturaleza empezó a obrar en la condición humana, masculina, de Jose y Paulino, los cambios correspondientes a su edad. Y empezaron a desinteresarse por los palos, por las espadas y los pájaros, y a centrar su interés en las muchachas de la “lejana plaza”, enamoradas entonces del galán de la época: Camilo Sexto, con el que tuvieron que competir a brazo partido. Al rebufo de nuestros hermanos, Cefe y yo, con otros de la panda, empezamos a descarriarnos por los mismos andurriales, aunque también con más pena que gloria. Amores platónicos diríamos ahora. Mariamor, Rosa la de Cástor (y su inseparable Consuelo) y Celia, fueron algunas de nuestras primeras musas. La de horas que pasamos juntos… espiándolas, quiero decir, cuando se bañaban en El Piornal. Fue nuestro verano azul.



De aquellos años fueron también las primeras peñas y las primeras vaquillas, las interminables horas que pasábamos parloteando en el Centro viejo; los baños en el pantano (que entonces casi siempre estaba lleno); las excursiones en bici; alguna incursión en el teatro y en el folklore charro (por la insistencia de Juanje, que era el mismo dinamizador cultural que es ahora); el “Chorvas” (gallinero reconvertido en club); y un equipo de futbito que levantó pasiones, algunas favorables y otras no tanto –y no fue por estas pintas que veis…-: Simón. El equipo adversario respondía al inquietante nombre de “Los quebrantahuesos”, y en él jugaban Ángel (el alcalde), Andrés (el del maestro), Javi, Emilio, Cástor… En el nuestro, además de mi hermano, mi primo Jesús y yo, Cefe, Pauli y Perfe, con algún fichaje de última hora, como un año fue Cástor, o José Santiago, otro monlerano que lamentablemente nos dejó hace unos años y al que imagino jugando allá arriba dando patadas en las espinillas de los ángeles, pues así era su juego: noble pero contundente. Apuntaba al balón y casi siempre acertaba en las canillas, como dicen por aquí.



No tuvo nada que ver aquella rivalidad con el cubo de agua que una noche le tiramos a la incipiente pareja que formaban Andrés y Madalen (casualidad que fueran ellos, porque los tres que estábamos apostados en aquel lugar se lo íbamos a tirar al primero que pasara). Aquella trastada tuvo como consecuencia que mi bicicleta de carreras roja apareciera pocos días después colgada de la torreta de la plaza, de la que, tras varios días de “alta tensión”, fue bajada por personas más sensatas que todos nosotros: Don Juan y mi padre. También bajaron un cartelón que encima de la bici rezaba: “Por mamón”. Un título al que me había hecho merecedor con creces. De cualquier forma, y volviendo a lo de tirar cubos de agua a la gente, parece que fuera tradición familiar...


La década de los 80 fue la época de las fiestas de los pueblos y de la discoteca de Vitigudino (de la famosa Amnesia), donde cada uno hacía lo que podía… y le dejaban. No descuidábamos, no obstante, las fiestas de Monleras, donde empezó a gestarse, allá por el año 1983, un grupo cuya fama traspasó fronteras… el de los disfraces, con Pepe, el de Camila, como mi alter ego. Cefe y Pepe, Pepe y Cefe, mis mejores amigos. Y así fue como siguieron pasando los años, disfraz tras disfraz, hasta el día de hoy.


















¿Y qué fue de nosotros? Que crecimos… ¿Y qué de los demás de aquella generación?. Lo siguiente:





- Cefe, que en su día emigró a Salamanca a aprender el trabajo de carrocero de camiones, con grandes sacrificios que a menudo relato con orgullo a mis hijos, ascendió hasta la dirección de la empresa y se casó con Carmen, actual abogada, y una de sus conquistas de Ledesma, a donde también hacíamos alguna razia.


- Lázaro, al que recuerdo de niño aprendiendo el oficio en el taller de Germán, con Toño como maestro (otro al que extrañamos por su ausencia), se hizo carpintero de renombre y se casó con Rosalía, ejemplo de mujer monlerana: callada, trabajadora y de gran valía.


- Marijose, la de Eleuterio, otro producto genuino de la tierra, hizo magisterio y se casó con Paulino, actualmente conserje de la Diputación de Salamanca.


- Geli, prima carnal de mi prima Rosi y hermana de Jose, al que también quiero mencionar porque nos dejó una honda impresión su trágico fallecimiento en el transformador del arrabal (como también recientemente nos ha afectado la pérdida de Juanjo), tuvo una vida azarosa, que recondujo felizmente en el pueblo, lo que me agrada enormemente por el aprecio que le tengo.


- Enrique, que es algo más joven (aunque he querido incluirlo como representante de los de su quinta), se casaría con Sili, la hermana de Geli y, también, de Tito y Vicente, todos, aunque algunos algo mayores que nosotros, presentes en nuestra infancia.


- Maribel casó con producto importado, fruto de cuyo matrimonio es uno de los actuales motores del pueblo, encarnación del espíritu de la polilla: Fernandito. Por cierto, quiero decir que Fernandito me prometió medio euro por cada vez que le nombrara en el pregón. Como ya lo he hecho dos veces, significa, Fernando, que me debes 1 euro. Uno y medio ahora, pues ya te mentado por tercera vez. Y para que no apuestes con mayores, en esta diapositiva sale tu nombre 407 veces, lo que supone un total de 203 euros y 50 céntimos, que sumados al uno medio de antes hacen un total de 205 que me debes.



- Pedro, atlético confeso, dio rienda suelta a su potencial intelectual y emprendedor en la excelente fábrica de quesos que regenta con su mujer. Y no puedo decir nada más, a sugerencia del interfecto, porque hay algunos expedientes de entonces que pueden seguir abiertos y, lo que es peor, algunos “delitos” que no han prescrito.


- Javi, madridista de pro en aquel tiempo, se hizo electricista de gran éxito y fue otro de los “figuras” del Barrio de Abajo.


- Celia, a la que quiero de verdad, estudió biblioteconomía y emparentó con el fotógrafo oficial de Monleras… vecino de Almendra al que hemos adoptado en el Barrio de los Álamos: Alberto.


- Juanfran se hizo mecánico de todo tipo de máquinas y trabajó en la Singer, afincándose en Madrid.


- Y yo, que estudié Medicina por orden materna (esa fue mi vocación), me casé con una leonesa ya más monlerana que cazurra (la reconoceréis por el jersey de Mickey) y tuve dos hijos (Elena y Luis), de todos bien conocidos.



¿Qué nos sigue uniendo a todos? Por encima de la amistad, las mismas raíces y valores, enseñadas por nuestros padres, que a su vez aprendieron de los suyos (oigo decir que Don Valentín y Doña Lucinda tuviera buena culpa de ello): enseñanzas de Segundo y Pilar; de Lorenza y José; de Don Juan y Doña Juliana; de Ovidio y Kika; de Dolores y Honorio; de Josefa y Eleuterio; de María Josefa y José; de Erundina y Juan; de Pura y Manolo; de Vicenta y Santiago Emilio; de Manolo y Ramona; de Salvador y Teresa; y de tantos otros que dieron luz al pueblo). Valores de trabajo y esfuerzo, de sacrificio, de humildad, austeridad y respeto, que son las máximas de este pueblo; un pueblo solidario y acogedor, emprendedor y valiente, serio, a la vez que alegre y divertido, que ha imbuido los mismos valores a sus hijos y que nosotros tenemos que seguir transmitiendo a los nuestros.



Y para terminar quiero recordar a Ángel, el asesor deportivo del pueblo (al que tenemos que agradecer que cada 4 años pasee el nombre de Monleras por el mundo) y su magnífico pregón del año pasado, que terminó emulando el encendido del pebetero en las olimpiadas de Barcelona 92.


Si aquello fue espectacular, yo voy a superarlo con… un desnudo (procedo a desnudarme poco a poco…). Pero no os equivoquéis… no es sólo un desnudo físico. Es también, y es más importante, un desnudo simbólico, pues representa la doble personalidad que todos tenemos. La externa, que representa el traje del que ahora me despojo, y la interna, la que todos llevamos debajo, la natural… LA DEL MONLERANO QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO (debajo del traje llevo la camiseta de Monleras y me pongo la gorra del pueblo).

Y para terminar, sólo me resta decir que, todos juntos, gritemos…: ¡¡VIVA HONDURAS!! Digo Viva Monleras…

Muchas gracias por todo.

Luis Rafael Ramos Pascua (un hijo del pueblo)