HACE CASI UN SIGLO...
¡Monlerienses! ¡Monlerienses de raíz! ¡Monlerienses de
afecto! ¡Amigos todos!
Os preguntaréis qué títulos tengo yo para estar esta tarde en este escenario y delante de este micrófono, por donde habéis pasado vosotros mismos, vecinos y vecinas de Morderás, que conocéis de Monleras todo..., hasta las hormigas; y por donde han pasado personajes ilustres vinculados a Monleras: académicos de la lengua, profesores de universidad, especialistas en S. Juan de la Cruz, gobernadores, directoras y profesoras de instituto, delegados del gobierno, médicos, etc., etc.
(1) Pues, también yo me lo he preguntado: ¿Qué título tengo para estar aquí esta noche, donde, de entrada, por cierto, me encuentro muy a gusto? Pero varéis lo que me ha pasado. Lo primero que se me ocurrió fue presentarme como uno de los más viejos del lugar, nacido todavía dentro del primer cuadrante del siglo pasado, ya casi terminándolo (1925). Pero me llevé una morrocotuda sorpresa, por otra parte tan agradable como morrocotuda, cuando mi buen amigo Tristán, a quien acudí como historia viva y guardián de las esencias de Monleras me elaboró una lista, que luego otras informadoras de aquí mismo me completaron, de más de cincuenta monlerienses vivos más viejos que yo (más o menos la mitad viviendo en Monleras, la mitad fuera; más o menos treinta mujeres y veinte hombres). Nos capitanea, como decana de todos los monlerienses vivos, Rosario Vicente, y pisándole los talones Regina Fuentes, abuela de Juan Jesús, ambas ya, casi tocando con la punta de los dedos los cien años. ¡Aupa, y a ver si entre todos conseguimos que lleguen! Las siguen otras dos mujeres, Cándida Ribero y Ester Marcos, y un hombre, Heliodoro Cordobés, de 93.
De esta constatación demográfica, he sacado dos rápidas, pero muy fundamentadas, conclusiones: 1a/ conclusión: que el ecosistema de Monleras hace un siglo era magnífico: que el frío que entonces nos chupábamos en Monleras sin más ayudas que el viejo brasero de carbón de leña y el infiernillo, también de carbón, para ir a la escuela, era, y sigue siendo, sanísimo; como lo eran y siguen siéndolo también el cocido salmantino, relleno incluido, el jamón y la morcilla, los torreznos, las sopas de ajo, y hasta el farinato. Y 2a/ conclusión: que, por encima de sarampiones, viruelas, tosferinas y sabañones, que todos inexorablemente pasamos, el ministerio de Sanidad de Monleras, hace un siglo, compuesto por la Sra. María Luisa, la de la fuente Gurrufayo, que nos ayudó a venir al mundo a casi todos, Don Felipe el médico, Don Paco el boticario y la Sra Emilia la curandera con sus aceites y sanguijuelas, funcionaba con extraordinaria eficacia.
(2) Pues bien, si en esto, que yo creía mi título para estar aquí -ser uno de los más viejos monlerienses-, me ganáis muchos y muchas, exactamente 51-, no me quedan más títulos, que los de andar por casa y pasaros un video hecho de retazos de aquella historia de hace casi un siglo, recuerdos perdidos, que otros y otras con más memoria que yo y más presencia permanente aquí, lo podríais hacer mucho mejor. Historia que veo venís a revivir cada verano muchos y muchas, hijos, nietos, biznietos, tataranietos tal vez, de mis amigos de hace un siglo. Pues en su nombre echo a rodar el video :
-que nací enfrente de las escuelas y he visto que sigue en pie, externamente inalterable, la casa en que nací y viví mis primeros once años; -que fui bautizado en la misma pila bautismal que muchos de vosotros; -que corrí por estas calles cuando estas calles eran regatos, es decir, cuando el agua corría por encima de la calle, no por debajo y entubada como corre ahora; -que toqué como monaguillo las campanas, -las pequeñas, las otras las repicaban los mozos- un poco a escondidas de mis padres que nos tenían prohibido subir por una escalera, -la del campanario-, que entonces tenía más agujeros que escalones; que me descalabré más de una vez con la bicicleta por lo accidentado de estas calles que hubieran sido una envidiable pista de ciclo-cross (si es que el ciclo cross hubiera sido inventado para entonces, que yo creo que todavía no); que me resbalé arañando pantalones por la peña de El Santo, que he comprobado que sigue en pié, igual que entonces (bueno, también más vieja), pero ahora ya no he tenido la tentación de resbalar por ella; que rompí más de cuatro cántaros acarreando agua de la fuente de la Cañada todas las mañanas, antes de ir a la escuela, en el buen tiempo; que me picaron muchas veces las abejas, cuando acompañaba a mi padre a castrar las colmenas y dando vueltas a los panales en el extractor de miel, que él diseñó y le hizo el sr. Ambrosio, el herrero; que, tarja en mano, acarreé cada dos días la hogaza del pan, que la sra. Águeda cocía en horno de leña, salvo cuando cocía pan la sra. Teresa, la abuela de Juan Francisco, que lo cocía muy bien.
(3) -Que recuerdo en la bruma, con verdadera devoción y simpatía, a muchas figuras de aquel Monleras: al Sr. Vicente, gran cazador de todo el año, cazador por encargo (-que me dice mi madre que a ver si puede traer una perdiz esta tarde, o un conejo, para mañana, que viene el inspector o la inspectora!), verle salir en el acto con su escopeta y su perro por las Cruces arriba, y a la hora o menos, estar ya de vuelta con la perdiz o el conejo todavía calientes; y al austero D. Baltasar, de sotana y bastón, paseando su bondad y su servicialidad por todos los caminos del pueblo; y a los pioneros de la automoción en Monleras: el sr. Castor y su primer Chevrolet, mixto de correos y pasajeros, de Monleras a Barbadillo primero y a Ledesma después; D. Felipe el médico con su inseparable bastón atreviéndose con su Fiat - Balilla a escalar las calles altas del pueblo (alguna vez disfrutamos empujándoselo para que arrancara); el sr. Eloy, mi padrino, el del comercio, con su Renault verde cuadrado; Agustín y su despampanante autobús Pegaso, de línea, que corríamos a ver llegar o a ver marchar, como quien sale a ver aterrizar un avión o despegar un barco; al sr. Germán y sus muebles castellanos, que pronto, poco después, pasarían, con denominación de origen, nuestras fronteras. A los guardias civiles, en pareja entonces y a pie por las calles y los campos, de tricornio, como amigos de todos, a quienes los chavales admirábamos casi con devoción, y que se dejaban tocar el sable y hasta el mosquetón.
(4) Luego, dejé Monleras cuando todavía no había llegado la luz eléctrica y el invento luminoso más moderno era el carburo. Creo que ya llegué a ver alguna primitiva lámpara de queroseno. Por cierto, preparé muchos carburos para la escuela nocturna de mi padre y con las migajas de carburo, que saltaban al partirlo, disparé al aire con mis hermanos muchos botes, verdaderos cohetes espaciales, antes de que en el mundo se hablara de estas cosas y casi con el mismo sistema: carburo, agua y una cerilla.
Después, después..., me ha tocado dar vueltas por el ancho mundo y comprobar que muchos monlierenses también lo han recorrido o lo recorren todavía, en todos los continentes. Con algunos y algunas me he encontrado y es una gozada comprobar por ellos que Monleras no ha sido un nido en el que acurrucarse, sino, como los de las cigüeñas del campanario, una Escuela de vuelo.
Mi investigación no ha podido ser muy completa, pero he conocido y conozco, y hasta me he encontrado por esos mundos con monlerenses, que han estado, o continúan estando, en todos los continentes, en Filipinas, Alemania, Francia, Suiza, Estados Unidos, México, Cuba, Venezuela, Perú, Argentina, Brasil, Burquina-Paso (África), Paraguay, Francia, Portugal, Italia... Y, la verdad, no estaban allí de turistas, sino afanándose mucho y bien durante años; abriéndose camino a fuerza de puños; ganándose la vida honradamente y hasta, -buena gente como fueron, y son-, arraigando en ese su nuevo mundo, sin desarraigarse de éste.
Pero, por oficio, me he encontrado con muchos y muchas más que dejaron Monleras adrede, pura y simplemente, para entregar su vida, poniéndola entera, anónima y gratuitamente, al servicio de enfermos y ancianos desconocidos, de lenguas y culturas extrañas, o empleándola en educar niños y adultos, como José Santiago Herrero, que hace cuatro años, a sus 45 años, la entregó en Burkina-Faso (África), o alfabetizando regiones enteras olvidadas, que casi no figuran en los mapas, y dedicados, ellos y ellas, a hacer presente el Evangelio donde ni se sabía de su existencia. De todo ello saco con gozo, legítimamente, la conclusión de que Monleras ha sido, desde siempre o desde mucho, un pueblo abierto y andariego, fácil a la hora de confraternizar con otros pueblos y razas y lenguas. Y verifico ahora con alegría que sigue siéndolo.
(5) Ahora, cuando regreso, ¿qué queréis?, -permitidme una una nostalgia-, echo de menos el negrillo y la fuente de la plaza. Tanto los echo de menos, que me he atrevido a hacer sobre ellos estos breves versos:
Elogio del negrillo y la fuente de la plaza de Monleras!
Viejos testigos, silenciosos, fíeles
del Monleras profundo.
¡Qué bien os entendisteis,
tu, negrillo, cronista, y tu, fuente, archivo.
Viejos retablos, de la plaza,
-altar y corazón del pueblo-,
guardando por millares,
en las ramas y el agua,
tañidos de campanas
y la matraca
siempre igual de las cigüeñas.
Viejos guardianes, símbolos un día de la plaza y del pueblo. Nos controlasteis siempre y nos contabais. Ninguno se escapaba:
Ha venido el tío Paco;
Se ha marchado la Luisa;
- Hace tiempo que no viene la Aurora...
Viejos amigos, cuchicheabais
rumor de hoja y agua-, las fiestas y los duelos, los juegos, los amores, el baile, el tamboril y la pelota. Al doblar las campanas: ¿quién ha muerto? os contabais.
Y al repicar, ¿quién ha nacido? Visteis pasar mil duelos, bodas y bautizos... El negrillo radiaba la noticia; La fuente interpretaba. Viejos abuelos, nos dejasteis gatear por vosotros y enseñasteis a todos a aguantar, a callar, a ayudar, a abrazar, como quien reza.
Un día,
cansados ya de ser sombra y remanso, -que siempre fue lo vuestro-, entregasteis la fiesta y el bullicio a este anfiteatro.
¡Gracias, viejo negrillo, desgarrado! ¡Gracias, fuente, no hace falta tu caño! Nunca supisteis estorbar a nadie. Por eso, en silencio, sí supisteis Dar paso, retiraros.
Y, aunque ellos se han retirado, compruebo que Monleras, a contracorriente de la precariedad económica de nuestras tierras y sobre ella, se mueve, se abre y vuela, ahora a lomos de internet, dando origen a un Monleras virtual, nuevo lugar de encuentro para los monlerienses de todas las naciones y para todos nuestros amigos de todo el mundo.
Saludo a este Monleras que se renueva y crece activo en modernos edificios ya ultimados o en proyecto, entre andamios y grúas como nuevos árboles entre las piedras de nuestras viejas cortinas. Pero saludo, sobre todo, a un Monleras que cuida lo antiguo y lo nuevo, que se apoya en lo antiguo para lanzarse a lo nuevo, que lo mismo restaura el Cristo y la Virgen de su iglesia y las cruces de su calvario y conserva la vieja biblioteca de sus escuelas, que inventa y reconstruye este espléndido anfiteatro romano, como eran romanos los arados de hace un siglo; que abre la espléndida nueva biblioteca, y me alegra comprobar que está comenzando a quedarse pequeña, o pone en marcha el motor de su Casa de la Cultura, puerta abierta a todos y a todo el mundo, y que atrae y acoge a toda clase de gentes en su moderno albergue, y a toda clase de voluntarios en sus campos de trabajo, (ahí están su molino y sus zonas deportivas) y que llena de teatro y de vida el programa de sus fiestas.
Y saludo al Monleras que, mirando más lejos, al futuro, se esfuerza en mancomunarse con los otros colectivos rurales de la Raya del Duero..., movilizando a todos. Y lo que más me alegra, - y lo significa vuestro merecido premio de participación comunitaria- es el saber que toda esta movida renovadora es fruto de trabajar hombro con hombro todos, los hombros cansados de los mayores, los hombros ilusionados de los jóvenes, sobre todo, y hasta los hombros, que empiezan a poder, de los pequeños. Por cierto, me he asomado a vuestra escuela. Por fuera es casi igualita que la mía. Por dentro es mucho más bonita, con más juguetes para aprender, que nosotros, y ¡hasta ordenadores! La única diferencia es que hace un siglo no cabíamos en las escuelas de tantos como éramos. Haceos muchos amigos de los pueblos vecinos por lo mucho y bien que aprendéis y lo buenos amigos que sois!
Éste es el video que os he traido: retazos menudos de la historia de Morderás hace casi un siglo. Y termino dejándoos un gran deseo y una cita: El deseo, como en las viejas fábulas de Samaniego, de la editorial Calleja de Burgos, que aprendíamos de memoria en la escuela de mis padres, lo expreso en una moraleja. La de esta fábula, que os he contado, suena así:
¡Feliz el pueblo que vive mirando por otros pueblos, Porque no envejecerá arrugado sobre sí mismo!
Y una cita: Se avecina un acontecimiento único en toda la historia de Morderás: Dentro de muy poco, en el próximo otoño, regresará a Monleras un monleriense, que este mismo otoño hubiera cumplido 92 años. Pero regresa como santo. Es, sin duda, el monleriense más importante de toda la historia de nuestro pueblo: HELIODORO RAMOS, nuevo Beato, nuestro Beato. Aunque he averiguado que hubo otro, el Venerable FRAY JUAN DE MONLERAS, franciscano, del convento del Calvario de Salamanca, contemporáneo riguroso de Sta. Teresa y San Juan de la Cruz (+ 1589). Tenemos que preparar a HELIODORO un bonito altar en nuestra iglesia, la casa de todos. Felicitamos ya a sus familiares y nos felicitamos todos. Y nos citamos aquí, de nuevo, cuando nos convoquen, para esta nueva gran fiesta.
Ahora comenzamos estas fiestas, las de 2007, en cuya preparación habéis participado tantos, todos; ¡vividlas y disfrutadlas felizmente, monlerenses y amigos! Y aquí acaba mi pregón.
Ahora, al mozo y a la moza Toca seguir la función!
i Viva Monleras!
Ignacio Iglesias S.J. 12 agosto 2007
Os preguntaréis qué títulos tengo yo para estar esta tarde en este escenario y delante de este micrófono, por donde habéis pasado vosotros mismos, vecinos y vecinas de Morderás, que conocéis de Monleras todo..., hasta las hormigas; y por donde han pasado personajes ilustres vinculados a Monleras: académicos de la lengua, profesores de universidad, especialistas en S. Juan de la Cruz, gobernadores, directoras y profesoras de instituto, delegados del gobierno, médicos, etc., etc.
(1) Pues, también yo me lo he preguntado: ¿Qué título tengo para estar aquí esta noche, donde, de entrada, por cierto, me encuentro muy a gusto? Pero varéis lo que me ha pasado. Lo primero que se me ocurrió fue presentarme como uno de los más viejos del lugar, nacido todavía dentro del primer cuadrante del siglo pasado, ya casi terminándolo (1925). Pero me llevé una morrocotuda sorpresa, por otra parte tan agradable como morrocotuda, cuando mi buen amigo Tristán, a quien acudí como historia viva y guardián de las esencias de Monleras me elaboró una lista, que luego otras informadoras de aquí mismo me completaron, de más de cincuenta monlerienses vivos más viejos que yo (más o menos la mitad viviendo en Monleras, la mitad fuera; más o menos treinta mujeres y veinte hombres). Nos capitanea, como decana de todos los monlerienses vivos, Rosario Vicente, y pisándole los talones Regina Fuentes, abuela de Juan Jesús, ambas ya, casi tocando con la punta de los dedos los cien años. ¡Aupa, y a ver si entre todos conseguimos que lleguen! Las siguen otras dos mujeres, Cándida Ribero y Ester Marcos, y un hombre, Heliodoro Cordobés, de 93.
De esta constatación demográfica, he sacado dos rápidas, pero muy fundamentadas, conclusiones: 1a/ conclusión: que el ecosistema de Monleras hace un siglo era magnífico: que el frío que entonces nos chupábamos en Monleras sin más ayudas que el viejo brasero de carbón de leña y el infiernillo, también de carbón, para ir a la escuela, era, y sigue siendo, sanísimo; como lo eran y siguen siéndolo también el cocido salmantino, relleno incluido, el jamón y la morcilla, los torreznos, las sopas de ajo, y hasta el farinato. Y 2a/ conclusión: que, por encima de sarampiones, viruelas, tosferinas y sabañones, que todos inexorablemente pasamos, el ministerio de Sanidad de Monleras, hace un siglo, compuesto por la Sra. María Luisa, la de la fuente Gurrufayo, que nos ayudó a venir al mundo a casi todos, Don Felipe el médico, Don Paco el boticario y la Sra Emilia la curandera con sus aceites y sanguijuelas, funcionaba con extraordinaria eficacia.
(2) Pues bien, si en esto, que yo creía mi título para estar aquí -ser uno de los más viejos monlerienses-, me ganáis muchos y muchas, exactamente 51-, no me quedan más títulos, que los de andar por casa y pasaros un video hecho de retazos de aquella historia de hace casi un siglo, recuerdos perdidos, que otros y otras con más memoria que yo y más presencia permanente aquí, lo podríais hacer mucho mejor. Historia que veo venís a revivir cada verano muchos y muchas, hijos, nietos, biznietos, tataranietos tal vez, de mis amigos de hace un siglo. Pues en su nombre echo a rodar el video :
-que nací enfrente de las escuelas y he visto que sigue en pie, externamente inalterable, la casa en que nací y viví mis primeros once años; -que fui bautizado en la misma pila bautismal que muchos de vosotros; -que corrí por estas calles cuando estas calles eran regatos, es decir, cuando el agua corría por encima de la calle, no por debajo y entubada como corre ahora; -que toqué como monaguillo las campanas, -las pequeñas, las otras las repicaban los mozos- un poco a escondidas de mis padres que nos tenían prohibido subir por una escalera, -la del campanario-, que entonces tenía más agujeros que escalones; que me descalabré más de una vez con la bicicleta por lo accidentado de estas calles que hubieran sido una envidiable pista de ciclo-cross (si es que el ciclo cross hubiera sido inventado para entonces, que yo creo que todavía no); que me resbalé arañando pantalones por la peña de El Santo, que he comprobado que sigue en pié, igual que entonces (bueno, también más vieja), pero ahora ya no he tenido la tentación de resbalar por ella; que rompí más de cuatro cántaros acarreando agua de la fuente de la Cañada todas las mañanas, antes de ir a la escuela, en el buen tiempo; que me picaron muchas veces las abejas, cuando acompañaba a mi padre a castrar las colmenas y dando vueltas a los panales en el extractor de miel, que él diseñó y le hizo el sr. Ambrosio, el herrero; que, tarja en mano, acarreé cada dos días la hogaza del pan, que la sra. Águeda cocía en horno de leña, salvo cuando cocía pan la sra. Teresa, la abuela de Juan Francisco, que lo cocía muy bien.
(3) -Que recuerdo en la bruma, con verdadera devoción y simpatía, a muchas figuras de aquel Monleras: al Sr. Vicente, gran cazador de todo el año, cazador por encargo (-que me dice mi madre que a ver si puede traer una perdiz esta tarde, o un conejo, para mañana, que viene el inspector o la inspectora!), verle salir en el acto con su escopeta y su perro por las Cruces arriba, y a la hora o menos, estar ya de vuelta con la perdiz o el conejo todavía calientes; y al austero D. Baltasar, de sotana y bastón, paseando su bondad y su servicialidad por todos los caminos del pueblo; y a los pioneros de la automoción en Monleras: el sr. Castor y su primer Chevrolet, mixto de correos y pasajeros, de Monleras a Barbadillo primero y a Ledesma después; D. Felipe el médico con su inseparable bastón atreviéndose con su Fiat - Balilla a escalar las calles altas del pueblo (alguna vez disfrutamos empujándoselo para que arrancara); el sr. Eloy, mi padrino, el del comercio, con su Renault verde cuadrado; Agustín y su despampanante autobús Pegaso, de línea, que corríamos a ver llegar o a ver marchar, como quien sale a ver aterrizar un avión o despegar un barco; al sr. Germán y sus muebles castellanos, que pronto, poco después, pasarían, con denominación de origen, nuestras fronteras. A los guardias civiles, en pareja entonces y a pie por las calles y los campos, de tricornio, como amigos de todos, a quienes los chavales admirábamos casi con devoción, y que se dejaban tocar el sable y hasta el mosquetón.
(4) Luego, dejé Monleras cuando todavía no había llegado la luz eléctrica y el invento luminoso más moderno era el carburo. Creo que ya llegué a ver alguna primitiva lámpara de queroseno. Por cierto, preparé muchos carburos para la escuela nocturna de mi padre y con las migajas de carburo, que saltaban al partirlo, disparé al aire con mis hermanos muchos botes, verdaderos cohetes espaciales, antes de que en el mundo se hablara de estas cosas y casi con el mismo sistema: carburo, agua y una cerilla.
Después, después..., me ha tocado dar vueltas por el ancho mundo y comprobar que muchos monlierenses también lo han recorrido o lo recorren todavía, en todos los continentes. Con algunos y algunas me he encontrado y es una gozada comprobar por ellos que Monleras no ha sido un nido en el que acurrucarse, sino, como los de las cigüeñas del campanario, una Escuela de vuelo.
Mi investigación no ha podido ser muy completa, pero he conocido y conozco, y hasta me he encontrado por esos mundos con monlerenses, que han estado, o continúan estando, en todos los continentes, en Filipinas, Alemania, Francia, Suiza, Estados Unidos, México, Cuba, Venezuela, Perú, Argentina, Brasil, Burquina-Paso (África), Paraguay, Francia, Portugal, Italia... Y, la verdad, no estaban allí de turistas, sino afanándose mucho y bien durante años; abriéndose camino a fuerza de puños; ganándose la vida honradamente y hasta, -buena gente como fueron, y son-, arraigando en ese su nuevo mundo, sin desarraigarse de éste.
Pero, por oficio, me he encontrado con muchos y muchas más que dejaron Monleras adrede, pura y simplemente, para entregar su vida, poniéndola entera, anónima y gratuitamente, al servicio de enfermos y ancianos desconocidos, de lenguas y culturas extrañas, o empleándola en educar niños y adultos, como José Santiago Herrero, que hace cuatro años, a sus 45 años, la entregó en Burkina-Faso (África), o alfabetizando regiones enteras olvidadas, que casi no figuran en los mapas, y dedicados, ellos y ellas, a hacer presente el Evangelio donde ni se sabía de su existencia. De todo ello saco con gozo, legítimamente, la conclusión de que Monleras ha sido, desde siempre o desde mucho, un pueblo abierto y andariego, fácil a la hora de confraternizar con otros pueblos y razas y lenguas. Y verifico ahora con alegría que sigue siéndolo.
(5) Ahora, cuando regreso, ¿qué queréis?, -permitidme una una nostalgia-, echo de menos el negrillo y la fuente de la plaza. Tanto los echo de menos, que me he atrevido a hacer sobre ellos estos breves versos:
Elogio del negrillo y la fuente de la plaza de Monleras!
Viejos testigos, silenciosos, fíeles
del Monleras profundo.
¡Qué bien os entendisteis,
tu, negrillo, cronista, y tu, fuente, archivo.
Viejos retablos, de la plaza,
-altar y corazón del pueblo-,
guardando por millares,
en las ramas y el agua,
tañidos de campanas
y la matraca
siempre igual de las cigüeñas.
Viejos guardianes, símbolos un día de la plaza y del pueblo. Nos controlasteis siempre y nos contabais. Ninguno se escapaba:
Ha venido el tío Paco;
Se ha marchado la Luisa;
- Hace tiempo que no viene la Aurora...
Viejos amigos, cuchicheabais
rumor de hoja y agua-, las fiestas y los duelos, los juegos, los amores, el baile, el tamboril y la pelota. Al doblar las campanas: ¿quién ha muerto? os contabais.
Y al repicar, ¿quién ha nacido? Visteis pasar mil duelos, bodas y bautizos... El negrillo radiaba la noticia; La fuente interpretaba. Viejos abuelos, nos dejasteis gatear por vosotros y enseñasteis a todos a aguantar, a callar, a ayudar, a abrazar, como quien reza.
Un día,
cansados ya de ser sombra y remanso, -que siempre fue lo vuestro-, entregasteis la fiesta y el bullicio a este anfiteatro.
¡Gracias, viejo negrillo, desgarrado! ¡Gracias, fuente, no hace falta tu caño! Nunca supisteis estorbar a nadie. Por eso, en silencio, sí supisteis Dar paso, retiraros.
Y, aunque ellos se han retirado, compruebo que Monleras, a contracorriente de la precariedad económica de nuestras tierras y sobre ella, se mueve, se abre y vuela, ahora a lomos de internet, dando origen a un Monleras virtual, nuevo lugar de encuentro para los monlerienses de todas las naciones y para todos nuestros amigos de todo el mundo.
Saludo a este Monleras que se renueva y crece activo en modernos edificios ya ultimados o en proyecto, entre andamios y grúas como nuevos árboles entre las piedras de nuestras viejas cortinas. Pero saludo, sobre todo, a un Monleras que cuida lo antiguo y lo nuevo, que se apoya en lo antiguo para lanzarse a lo nuevo, que lo mismo restaura el Cristo y la Virgen de su iglesia y las cruces de su calvario y conserva la vieja biblioteca de sus escuelas, que inventa y reconstruye este espléndido anfiteatro romano, como eran romanos los arados de hace un siglo; que abre la espléndida nueva biblioteca, y me alegra comprobar que está comenzando a quedarse pequeña, o pone en marcha el motor de su Casa de la Cultura, puerta abierta a todos y a todo el mundo, y que atrae y acoge a toda clase de gentes en su moderno albergue, y a toda clase de voluntarios en sus campos de trabajo, (ahí están su molino y sus zonas deportivas) y que llena de teatro y de vida el programa de sus fiestas.
Y saludo al Monleras que, mirando más lejos, al futuro, se esfuerza en mancomunarse con los otros colectivos rurales de la Raya del Duero..., movilizando a todos. Y lo que más me alegra, - y lo significa vuestro merecido premio de participación comunitaria- es el saber que toda esta movida renovadora es fruto de trabajar hombro con hombro todos, los hombros cansados de los mayores, los hombros ilusionados de los jóvenes, sobre todo, y hasta los hombros, que empiezan a poder, de los pequeños. Por cierto, me he asomado a vuestra escuela. Por fuera es casi igualita que la mía. Por dentro es mucho más bonita, con más juguetes para aprender, que nosotros, y ¡hasta ordenadores! La única diferencia es que hace un siglo no cabíamos en las escuelas de tantos como éramos. Haceos muchos amigos de los pueblos vecinos por lo mucho y bien que aprendéis y lo buenos amigos que sois!
Éste es el video que os he traido: retazos menudos de la historia de Morderás hace casi un siglo. Y termino dejándoos un gran deseo y una cita: El deseo, como en las viejas fábulas de Samaniego, de la editorial Calleja de Burgos, que aprendíamos de memoria en la escuela de mis padres, lo expreso en una moraleja. La de esta fábula, que os he contado, suena así:
¡Feliz el pueblo que vive mirando por otros pueblos, Porque no envejecerá arrugado sobre sí mismo!
Y una cita: Se avecina un acontecimiento único en toda la historia de Morderás: Dentro de muy poco, en el próximo otoño, regresará a Monleras un monleriense, que este mismo otoño hubiera cumplido 92 años. Pero regresa como santo. Es, sin duda, el monleriense más importante de toda la historia de nuestro pueblo: HELIODORO RAMOS, nuevo Beato, nuestro Beato. Aunque he averiguado que hubo otro, el Venerable FRAY JUAN DE MONLERAS, franciscano, del convento del Calvario de Salamanca, contemporáneo riguroso de Sta. Teresa y San Juan de la Cruz (+ 1589). Tenemos que preparar a HELIODORO un bonito altar en nuestra iglesia, la casa de todos. Felicitamos ya a sus familiares y nos felicitamos todos. Y nos citamos aquí, de nuevo, cuando nos convoquen, para esta nueva gran fiesta.
Ahora comenzamos estas fiestas, las de 2007, en cuya preparación habéis participado tantos, todos; ¡vividlas y disfrutadlas felizmente, monlerenses y amigos! Y aquí acaba mi pregón.
Ahora, al mozo y a la moza Toca seguir la función!
i Viva Monleras!
Ignacio Iglesias S.J. 12 agosto 2007