domingo, 13 de agosto de 2023

Pregón de las fiestas de Monleras 2023, pronunciado por Cristina González Díez



Muchas gracias, Ángel por tu amable presentación.


¡Buenas noches, queridos vecinos, amigos e invitados presentes en nuestras fiestas!

El año pasado, durante un paseo vespertino, ya me amenazó el Sr. Alcalde con la posibilidad de pregonar las fiestas. Me inquietó la idea, pero confié en que finalmente alguien nacido en Monleras y con méritos más destacados que los míos acudiría a desempeñar tan honroso papel.

No ha podido ser y aquí me tienen, algo nerviosa, como una jugadora novata cuando su entrenador -en este caso su alcalde- le dice aquello de: “¡calienta, que sales!”.

Realmente es un honor, pero también una responsabilidad para mí ocupar este escenario. Trataré de salir del paso compartiendo con vosotros algo tan personal como es mi vinculación con Monleras.

En 1986, casi en la prehistoria, mientras era estudiante en Salamanca, conocí a José Antonio, mi marido, que muy pronto me habló de su querido pueblo de Monleras.

A mí, que andaba iniciándome en esto de la Filología, me intrigó el topónimo, pues el nombre era sonoro y llamativo: “Mon…¿qué? “Mon-le-ras.

Más adelante supe la procedencia del término, relacionado con las molineras o molinos o aceñas, pues eran muchos los que había en el río y la ribera dedicados a moler el grano que con tanto sacrificio producía esta tierra.

Por si el origen del nombre fuera poco llamativo para mí, al poco tiempo descubrí que el pueblo contaba, además, con un anfiteatro, producto del esfuerzo colectivo de sus habitantes.

Parecía una señal del destino. ¡Un anfiteatro a unos pocos kms de Salamanca! Para alguien interesado en la cultura grecolatina, aquella noticia fue como darle a Indiana Jones un mapa del tesoro. Había que ir a descubrirlo.

Pronto comprobaría que se trataba de un auténtico teatro al estilo clásico, pues recostado sobre una suave pendiente contaba con graderío, proscenio y escena, todos ellos de granito, imperecedero material con que están hechas muchas de las grandes construcciones romanas. 

Por aquel entonces yo me había quedado sin pueblo.

Durante la infancia solía pasar los veranos en la provincia de Palencia, ya que mi madre es de un pueblecito cercano a Carrión de los Condes. Allí disfrutamos muchos años de la casa de mis abuelos hasta que abuelos, casa y pueblo desaparecieron por el paso del tiempo, siendo ejemplo fehaciente y temprano de lo que ahora llamamos con tristeza y preocupación “la España vaciada.

La primera vez que, llena de ilusión, vine a Monleras, fue un día de abril de 1987. Las cunetas estaban salpicadas de amapolas y una naturaleza alegre, festiva, de un verde brillante flanqueaba la carretera. A medida que nos acercábamos, un bosque de encinas anunciaba los dominios del municipio.

La abuela María Josefa nos estaba esperando con una paella a la lumbre. El abuelo José, Segundo y Pilar-mis futuros suegros- nos acogieron con mucho cariño y alegría. El pueblo era una novedad para mí y yo-supongo-era una novedad para ellos.

Aquel día recibí del abuelo José una interesante lección sobre la caza del topo, una especie de topomaquia deportiva que él practicaba.

 Los topos le destrozaban las hortalizas y verduras del Pocito, su huerto feraz. Él contraatacaba por la retaguardia, cortando al roedor la retirada y atrapándolo por donde no tenía dientes.

Expulsado el enemigo, nos sonreía triunfante debajo de su sempiterna boina.

Por la tarde, los abuelos paternos, José Antonio y Rosa, nos invitaron a merendar. De modo que, de oca a oca, pasé de la casa de los Cavila a la de los Rosendo.

Por entonces la abuela Rosa, haciendo honor a su nombre, tenía en la puerta de su casa unos rosales trepadores que, sujetos a unos hierros, forjaban un fragante túnel vegetal.

No pude tener acogida más satisfactoria para los sentidos, pues empezó con las aromáticas rosas y terminó con un jamón riquísimo que la abuela, siempre previsora, agenciaba en la tienda del pueblo.

El Monleras que yo conocí a finales de los 80 era un pueblo que destacaba ya por su amor a la cultura y que sabía divertirse.

El primer lugar de ocio que frecuenté fue el café de la Plaza. Céntrico y con animación continua, especialmente en estas fechas, tenía varias mesas dedicadas al noble arte de echar la partida. En las cartas se desempeñaban los Ramos con cierta soltura, incluida mi suegra Pilar, que era diestra en ellas y a la que difícilmente ganaban en casa.

Las nuevas generaciones han ido sustituyendo los naipes por otros juegos electrónicos y virtuales que requieren igualmente habilidad e ingenio, pero en los que prima el individualismo. 

Las vacaciones de verano al aire libre les permiten recobrar, por fortuna, juegos más tradicionales que precisan de una participación plural.

Otra afición en la que se han desempeñado siempre con destreza y excelencia los monlerienses es el deporte.

Al llegar a Monleras, José Antonio me regaló una bicicleta para que lo acompañara en sus correrías por los caminos y una raqueta para el frontón. Me imaginó como deportista avezada, tal era la confianza depositada en mí.

La primera salida con la bicicleta fue a Berganciano, para visitar a unos familiares. Íbamos los dos solos. Pues bien, fuera porque me despisté o porque no controlé cierto desnivel del terreno, me vine a chocar con él, empotrando mi rueda delantera sobre la suya trasera. Vamos, que lo atropellé.

Advirtió ahí José Antonio que el arte de Induráin no era lo mío. Y pasamos a la raqueta, aunque pronto desistí al comprobar que mi puntería poco certera era un peligro para las cigüeñas que anidaban sobre el frontón. Intuyo que desde entonces emigran antes.

Como podéis imaginar, a pesar de que me gusta mucho el deporte, esencialmente prefiero ver cómo lo practican otros.

Eso sí, me considero una animadora nata. Aplaudo con energía los puntos de los jugadores en el frontón o el empeño que ponen en recorrer la Legua castellana niños, jóvenes y mayores, que para todos hay lugar. Celebro además los logros deportivos de los equipos del pueblo y de nuestros deportistas más destacados.

Aun así, durante algunos años me subí a la bici y me atreví a jugar en el frontón con la raqueta, ambas-faltaría más- del rosa más rabioso que imaginar pudiérais. Y eso que todavía no había películas de Barbie.

Otro deporte que se practicaba con gran asiduidad era, aparte de la pesca, la natación, o al menos el baño, en el embalse.

Cuántas tardes de calor hemos pasado en sus playas, a la sombra de los árboles, porque Monleras también tiene su trocito de costa interior, a pesar de que estos últimos años la pertinaz sequía nos ha privado de esas tardes dulces junto al agua, bajo las encinas del Cuarto, viendo saltar a las carpas.

Dormitar con los sonidos desiguales, pero aun así armónicos, de cencerros de vacas y ovejas que acuden a saciar su sed junto al agua, de pájaros y moscardones, del viento, de los gritos de los niños excitados por el baño son el mejor ejemplo de un paisaje bucólico y feliz y en mí han tenido siempre un efecto terapéutico.

Y es que la naturaleza en Monleras es hermosa. Dispone de un frondoso arbolado y de anchos caminos que son itinerario de paseos y de competiciones deportivas.

Las aves que surcan el cielo y anidan en el entorno permiten la observación ornitológica.

Los atardeceres sobre el horizonte, cuando Portugal se apropia del sol, difunden unos colores rojizos y anaranjados que, reflejados sobre las aguas del embalse o vistos desde el Santo, son inigualables.

La noche nos deleita con cielos diáfanos que permiten la observación de los astros. En estas fechas, una lluvia de estrellas fugaces, las perseidas, puede disfrutarse desde Las Cruces o desde el Piornal. El canto de grillos y ranas ameniza la mirada hacia la inmensidad.

Hasta esta actividad, romántica y nocturna, es guiada en alguna ocasión por un taller de astronomía.

Además de una naturaleza bien conservada, que ha merecido el reconocimiento de diversas instituciones y la concesión de numerosos premios, el principal activo de Monleras es su gente.

El monleriense es noble y trabajador, pues siempre está dispuesto a dar lo mejor de sí mismo en todo lo que se propone. Es moderado y austero, pues rehúye los excesos y la ostentación y gusta de una vida sencilla, aunque no carente de confort.

Pero sobre todo es inteligente y socarrón. Solo hay que ver las críticas veladas y sin velar que muchas veces se muestran las noches de los disfraces, al cierre de las fiestas. En no pocas ocasiones se han criticado circunstancias políticas y sociales con gracia y donaire.

 El monleriense se ríe junto con sus paisanos de estas realidades y de sí mismo en un signo inequívoco de gracia e inteligencia.

La plaza ha sido testigo, año tras año, de los disfraces de los distintos grupos, integrados por familiares, amigos y vecinos.

En numerosas ocasiones, el disfraz imaginado se gestaba con apenas 24 horas de antelación, lo que nos ponía a los colaboradores al borde de un ataque de nervios.

A cada uno se le asignaba su papel, su lugar y su momento en la representación.

Algunas veces, por aquello de la influencia del teatro clásico, prologué las peripecias, aventuras o bromas que representaban los disfrazados de mi grupo en la Plaza.

Años después nacieron las peñas que añadirían la nota divertida y gamberra a la inauguración de las Fiestas. La contratación de la charanga con su recorrido por las distintas sedes peñistas ha traído, hasta bien tarde, bullicio, alegría y color.

Este año, no obstante, nuestra alegría se ha visto ensombrecida por la ausencia de dos personas a las que les quedaba mucho camino por recorrer.

Quiso el destino dejarnos sin la presencia de Ángel y Carlos Basas.

Ángel, a pesar de sus importantes compromisos profesionales en estas fechas, como Europeos de atletismo, Mundiales y Olimpiadas, siempre hizo todo lo posible por participar en las fiestas del pueblo que con tanto cariño lo acogió y al que él tanto quería.

En 2011 nos deleitaba con un magnífico pregón aquí mismo trayéndonos la alegría del espíritu olímpico.

Carlos por su nobleza, simpatía, sentido de la amistad, amor hacia los suyos y hacia el pueblo ha representado como Mozo en 2022 de forma extraordinaria a la juventud de Monleras.

A ambos, Ángel y Carlos, os doy las gracias por vuestro enorme cariño hacia todos nosotros, por vuestra calidad humana, y por vuestra colaboración infatigable, desinteresada y llena de ilusión en cuanta iniciativa se os propuso.

Os querremos siempre, siempre os llevaremos en el corazón.

 

No quisiera concluir sin mencionar otro de los aspectos en los que Monleras destaca, junto con su defensa de la naturaleza y la pasión por el deporte, como es su elevado interés por el arte y la cultura. La tradición de unos excelentes maestros ha influido muy provechosamente en el pueblo y en su educación.

En Monleras disfrutamos de un privilegio nada común al que por costumbre consideramos habitual. No conozco otra localidad de estas proporciones que presente un abanico de actividades culturales tan variado, frecuente y selecto.

En música tradicional se han vuelto a introducir con enorme éxito los paleos y han florecido otros géneros igualmente atávicos y no menos contundentes, como el toque del bombo en las rondallas.

Pero también interesan otros géneros más elevados, como la ópera, por ejemplo. Retransmitida desde el Teatro Real, es un privilegio y un placer del que también disfruta Monleras desde hace algún tiempo.

Asimismo, las artes escénicas, -y este año se ha inaugurado aquí la vigésimo octava muestra de teatro-, tienen un papel muy importante no solo en el entretenimiento y en la educación de las personas, sino como atracción turística del municipio.

El teatro nos une, porque lo disfrutamos juntos. Nos refina espiritualmente, porque plantea situaciones que favorecen la reflexión y la empatía con los personajes que gozan o sufren en la escena; genera un espíritu crítico porque nos pone delante de un espejo, en el que vemos reflejados nuestros defectos y virtudes.

Los artistas que nos visitan se sorprenden del enorme interés   que esta oferta cultural suscita entre los monlerienses, desde los más chicos a los más grandes, así como del respetuoso y profundo silencio con que acogemos las representaciones.

Todas estas cuestiones que he tratado de reflejar y otras muchas que quedan en el tintero siempre me llamaron la atención y me siguen impresionando todavía hoy.

Yo diría que Monleras ha ido incorporando lo mejor de la modernidad sin perder sus tradiciones. Es un pueblo enormemente abierto y acogedor, sensible y solidario.

Quien llega a conocerlo siempre desea repetir, como dice Cervantes de Salamanca, que enhechiza la voluntad de volver a ella a quienes han gozado de la apacibilidad de su vivienda.

Algunos vinimos a Monleras, gozamos de su apacible felicidad y decidimos quedarnos, porque cada uno ha de encontrar un lugar donde vivir y donde amar. Y, gracias a vosotros, este es un lugar propicio.

Invito a todos a celebrar estas fiestas en nuestro acostumbrado ambiente de cordialidad, alegría y buen humor. 

Los que tengáis decidido rendir culto a Baco, hacedlo con moderación, que el alcohol destruye las neuronas, y las de Monleras son de una especial calidad y merecen protección.

¡Disfrutad de unas felices fiestas patronales!

¡Viva Monleras!

   

12-AGOSTO-2023

Cristina González Díez


sábado, 13 de agosto de 2022

Pregón de las fiestas de Monleras 2022, pronunciado por Pablo Andrés Escapa



 Monleras, 12 de agosto, 2022

 

Muchas gracias, alcalde, por estas palabras. Y muchas gracias, vecinos de Monleras, por la atención que me prestáis. Quisiera estar yo a la altura de vuestros oídos y más querría verme en la grada, escuchando a otro, que en el escenario oyéndome a mí, pero os puedo asegurar que esta disposición, allá vosotros y aquí yo, es obra y gracia de un alcalde que se mostró tan persuasivo que no pude negarme. Tuve mis dudas, lo confieso, pero cuando me ofreció quitarme la contribución de la luz y del agua durante los próximos diez años, reconozco que fui ganando confianza en mi labor de pregonero y acabé por aceptar.

 

Lo cierto es que hace quince días yo estaba en Babia. En Babia y pescando truchas, que es otra manera de agrandar la ausencia. Aparte de un estado mental que cultivo de forma espontánea, estar en Babia es estar en un valle al norte de León, el pequeño país del que yo provengo. Y estando allí perdido en mis cosas, llegó por el teléfono la voz que me traía de nuevo del sueño a la realidad para proponerme que hiciera de embajador de la fiesta. Os aseguro que esa tarde, con el eco del encargo, pesqué peor. Pero si algo enseña la pesca a mosca es a crecerse en las dificultades y yo, después de un rato de atender más al pensamiento que al señuelo que hacía bailar sobre el agua, acabé por comprender que esta invitación era también una oportunidad de devolver a Monleras lo que Monleras me ha dado a mí tan generosamente durante unos cuantos años ya: la pertenencia a una comunidad que no era la mía, con lo que eso implica de gratitud y de deuda que pide renovarse.

 

De manera que, pescando, recordé mi primer viaje a este pueblo, otro mes de agosto, hace nada menos que veintisiete años. Aquel verano de 1995, podéis creerlo, yo tuve la impresión de que llegaba a un lugar poco común. A los que nos gusta fabular nos han gustado previamente las fábulas y oyendo a Elena, a la que había conocido en la biblioteca donde trabajo en Madrid, ya había echado yo a volar la imaginación al encuentro de un pueblo que, por lo que ella contaba, era una suerte de república desenfadada y hacendosa en la que los vecinos hacían trabajos en comunidad. La oí hablar de este anfiteatro y del atrio de la iglesia, dos escenarios que habían convocado las voluntades de sus paisanos en un esfuerzo común. Y ya quería yo ver aquellas arquitecturas laicas y religiosas que aunaban los esfuerzos de un pueblo. Cuando llegué aquel agosto, después de las fiestas, tuve ocasión de agacharme sobre el atrio y de confirmar que nada se logra sin esfuerzo –eso podía suponerlo–, pero descubrí también que en Monleras, el trabajo de poner rollos iba de la mano del buen arte que a mí me faltaba para hacerlo. Nada grave, de todos modos. Las dificultades se allanaban con el buen humor que lo contagiaba todo. Con eso y con el almuerzo que la buena señora que acabaría siendo mi suegra, me refiero a Juliana, nos traía para que el oficio fuera no solo llevadero sino hasta saludable. Lo digo porque el tocino era de casa.

 

El ocio que Elena describía en Madrid cuando hablaba de su pueblo era igualmente singular, nada acomodaticio. Escuchándola advertí que en Monleras también se trabajaba para divertirse. Mencionaba ella un festival de teatro en una población de apenas doscientos vecinos. Y revivía las alegres tribulaciones de un grupo que tenía ya su peso y su experiencia. En Monleras, me enteré entonces, se había oído la voz de Lauro Olmo y de Miguel Hernández. Y con el tiempo iba a escucharse la de Cervantes y la de Federico García Lorca, todas por boca de sus vecinos. Admirable. Diré que con más seguridad de la que tuve a la hora de poner unos rollos en el atrio, aquel verano participé en la sección de efectos especiales correspondientes a la representación de Bodas de sangre. Sí, amigos, yo fui entre bambalinas el relincho algo destemplado de un caballo en una escena, y en otra, con la ayuda de dos cáscaras de coco, volví al terreno animal para fingir el alejamiento de la misma bestia en un galope muy medido la noche del estreno, sobre este mismo escenario. La obra mereció algún premio pero, a pesar del realismo con que produje aquella carrera equina con la pobre industria de dos cocos, no hubo nominaciones en mi categoría artística y acabé abandonando las tablas para dedicarme al cuento, donde me ha ido, si no me engaño, algo mejor.

 

En fin, por si aquellas bondades que en palabras de Elena aunaban armonía vecinal y divertimento, empeños colectivos y una rara vocación por la cultura fueran pocas, supe pronto que Monleras se alzaba al lado de un embalse lleno de peces que yo aún no había tentado, pero a los que presentía debatiéndose al extremo del sedal. Ya os lo podéis figurar: llegué aquel remoto verano de 1995 y aquí sigo.

 

Para alguien como yo, que identifica el equilibrio emocional con la naturaleza, para alguien que había crecido entre montes y que a medida que se distanciaba de los montes iba asumiendo que la vida razonable les pertenecía, para alguien que encontraba en esos presentimientos la confirmación que le proporcionaba leer a Miguel Delibes o a Miguel Torga, dos escritores que hablaban por las almas campesinas y defendían una dignidad esencial que a mí me parecía más socavada en las ciudades que en el campo, nada resultó tan natural como entenderse en Madrid con un alma que compartía las mismas aprensiones. Elena y Monleras, siempre en su voz, llegaron de la mano y yo tardé poco en saber que quería ser parte del mismo discurso, otra voz, que se sumara a las demás voces de aquel pueblo que resonó siempre en mis oídos, desde nuestras primeras conversaciones en la biblioteca.

 

Las virtudes que yo aprecié en los vecinos de Monleras en mi primera visita –cordialidad y bonhomía, laboriosidad y sensatez– se vieron afianzadas en la gran familia que me correspondió en suerte. En casa de Juanito y Juliana yo fui uno más, que es la mejor manera de ser de una casa. Y lo fui desde que puse el pie dentro por vez primera. No os podéis imaginar cuánto me gustaba aquel barullo tan bien concertado de la mesa llena de gente. Pero, entre tanta boca parlanchina, entre tantas atenciones dispersas que, increíblemente, no se desentendían de ninguna faceta de la conversación –y en esto Juliana era ejemplar, que podía replicar desde la cocina a lo que se trataba en el comedor–, no se descuidaba la atención al forastero. Jamás me sentí yo abandonado en medio del bullicio. Y os contaré otro milagro de la abundancia: nunca faltaba ración para el último que llegara, por más que el último fueran varios y apareciesen a la hora crítica en la que ya estaba hecha la comida. Ocurría muchas veces y siempre se resolvía la necesidad sin sofoco alguno, con la animación de quien aumenta la fiesta con nuevas incorporaciones bienvenidas a cualquier hora.

 

Claro que disponer de una familia tan hospitalaria y tan hacendosa tenía sus riesgos. El mayor que yo pude comprobar fue siempre la inmediatez: si uno necesitaba algo, era mejor pedirlo cuando menos le perjudicara la función de tenerlo que resolver. Digamos que lo recomendable era evitar la hora de la siesta, eludir cualquier momento de reposo o de simple desgana. La pereza era un bien desconocido en aquella casa. Algún agotamiento sobrevenido pagué yo por no haber entendido a tiempo que el principio orientador en la vida de los Curujaos, sobre todo en la del titular del apellido, era un “dicho y hecho” que habría debido figurar inscrito en algún relieve sobre el umbral de la puerta, al menos para orientar a los de fuera. Juanito era acaso el practicante más riguroso de esta inquietud pero la laboriosidad, ejercida según el talante de cada uno, es una condición destacada en mi familia política de la que, me atrevo a decir, salimos beneficiados no solo los allegados sino el pueblo entero de Monleras. Y una labor de generaciones: la abuela Regina, con su paciencia para tejer, dejó un legado de monederos por el pueblo además de una lección de cómo emplear sabiamente el tiempo, costuras de lunes a sábados y lectura los domingos. Y Mari Nieves aprovechó el confinamiento forzado por la COVID para dibujar todas las casas de Monleras. Me parece difícil hallar mejor ilustración a la manera de emplear bienaventuradamente las horas, por no decir la vida, que esta de afanarse en tareas que acaban siendo una obra afortunada para los demás. Me atrevo a decir también que esa fue la lección más valiosa que Juliana y Juanito impartieron en su casa, siempre abierta, como el taller que le servía de entrada. La misma actitud prolongaron en su escuela porque de aquel recinto acertó a salir una enseñanza que, no creo equivocarme, inspiraba una manera de estar en este mundo que han asumido no pocos de los que fueron sus alumnos en Monleras. Después de haber conocido a aquel matrimonio de maestros, su disponibilidad sin horario y su humildad extrema, entiende uno mejor por qué este pueblo no se parece a tantos otros: tampoco sus maestros eran corrientes. Además de Matemáticas y Lengua, enseñaron a muchos niños a ser y en castellano no hace falta añadir nada al verbo para que decir solo ser, sea decir serlo todo.

 

De manera que yo vine a Monleras para quedarme porque el pueblo me ofrecía lo que uno había buscado siempre, y además lo entregaba con una puntualidad y un desinterés que ahorraba las ceremonias de tenerlo que pedir. Con toda llaneza se me ponía delante un modelo de vida que se conciliaba con mi pasado también rural, pero que aquí era más festivo; ante mis ojos se desplegaba un paisaje humanizado y afable, un lugar donde conservar una aspiración que me ha acompañado siempre, la de no vivir desentendido de la naturaleza ni de los hombres. En la conversación con los vecinos y en las charlas con los nuevos amigos afloraba un sentido común que para mí era un referente vital, una huella que yo advertía muy diluida en la gran ciudad donde aún trabajo. Monleras surgió sencillamente como un destino en el que supe que podría hacerme mejor persona, un lugar al que siempre querría volver, un territorio moral en el que reflejarme porque tanto la numerosa familia que me recibió como el pueblo donde había empezado a tener casa eran un mismo espacio apaciguador, un enclave seguro donde uno podía llevar una existencia libre y al mismo tiempo comprometida con el entorno. Una vida en la que uno podía hacer algo por su lugar y hacerlo disfrutando. Una manera, en suma, honrosa y auténtica de ser feliz.

 

Eso pensaba hace unos días mientras pescaba embaído. Y decir embaído es una manera de ahondar en la condición de sentirme de este pueblo. Mejor embaído que embobado. Desde que oí esa palabra, la hice mía, la pronuncio y la escribo. Y con ese recreo, me siento más vinculado a Monleras porque de aquí me llegó esta manera de describir el pasmo y la inopia, esa beatitud de estar distraído donde uno quiere. El lenguaje es un vínculo con la tierra, quiero decir con la tierra que durante siglos ha ido amasando un lenguaje propio y dándole forma e intención. También es una manera de relacionarse con la realidad. Esto se lo digo especialmente a los jóvenes, que acaso no se hayan percatado de que la identidad pasa también por la manera en la que uno se expresa. Escuchad cómo hablan vuestros mayores; vedlos callar, que es uno de los lenguajes más olvidados y más expresivos que existen en medio de este mundo lleno de ruido. Sed diversos, como lo es Monleras: no digáis que la plaza hoy está a tope; la plaza está llena a cogüelmo; no expliquéis que se os metió una espiga en el calcetín; dejad las espigas para Tiago el panadero, que sabe bien qué hacer con ellas, y decid que venís llenos de zarajuelles; no tengáis frío, que eso lo tiene cualquiera, vosotros estad engarañaos; no deis la charleta, ni palique, ni mucho menos la chapa, haced mejor caraba, que es el arte de acompañar con buena conversación y hasta en silencio. Hablando así llegareis a viejos con toda propiedad, porque esa lengua precisa y asentada por muchas generaciones siempre os ofrecerá, cuando la uséis, un tiempo más dilatado que el vuestro, que el nuestro, que el de cada uno. La lengua es más longeva que la vida. Y si en tiempos como los actuales, de hipercorrección en cada gesto, alguno cree que recurrir a las expresiones que toda la vida se usaron en el pueblo es una traición a lo moderno –que, por lo visto, es lo que impera como valor supremo–, reparad en lo siguiente: en cuestiones de género, esa reclamación actualísima de los derechos individuales, Monleras lleva tiempo obrando de forma colectiva y reflejándolo en su manera de hablar. Fijaos: aquí, como en todas partes, tenemos encinas pero, con algo menos de lustre, también brotan encinos; y a las cortinas les hemos opuesto humildes cortinos; y la patata esencial halla un singular consuelo en el patato, más ruin de aspecto, pero capaz de engrandecer cualquier ensaladilla. No dudéis, jóvenes, que el femenino se lleva la mejor parte en estas parejas, al menos la más vistosa. Que otros luchen por alcanzar la paridad. En cuestiones de lenguaje, en Monleras llevamos décadas con esa igualdad resuelta.

 

A mí me gusta mucho decir por ahí adelante algunas de estas palabras nuestras. Siempre se reciben con sorpresa, a veces incluso con admiración porque revelan matices que no es posible expresar mejor con menos letras. Ya que hoy se me invita a hablar, os diré cuál es mi palabra favorita de las que aprendí en Monleras: Entrequedente. Debería aceptarla el colegio de médicos como diagnóstico porque no se puede describir con más rigor un estado vital cuya condición es, precisamente, la falta de síntomas precisos. Un si es no es bueno pero no del todo, un parece que quiero ponerme malo pero no acabo, un no sé qué tengo pero algo tengo. Incluso, aunque esto igual ya es cosa mía, entrequedente, trasplantado al ánimo, sería la ilustración más breve posible de esos estados tan difíciles de describir, esos desasosiegos inaprensibles, esa indecisión entre caprichosa y complacida, ese vago descontento que tantas veces nos complica la existencia porque no lo sabemos descifrar. Mi sueño sería poder pronunciar esta palabra en medio de una gran reunión, en un congreso, por ejemplo de filólogos, uno de esos cónclaves sesudos donde uno piensa que cuánto mejor estaría lejos de allí pescando truchas. Y que alguien me preguntara qué me parece lo que con tanto ardor se argumenta, o mejor incluso, que pasaran lista para poder levantarme tras haber oído nombrar “don Pablo Andrés Escapa”, y responder con voz serena: ¡entrequedente!

 

Unas palabras llevan a otras, sobre todo a los que aspiramos a juntarlas de una manera que no resulte convencional. Y cuando hace unos días repasaba junto al río mi lejana llegada a Monleras, recordé que en mi boda, que celebramos aquí, ya hubo palabras que acabarían siendo parte de la memoria no solo mía sino de la de cuantos vinieron de León para acompañarme. Hubo entonces un envite coral que acabó dando la medida de este pueblo a los que venían de fuera. Con el regocijo de rigor se gritó muchas veces “¡vivan los novios!”, como en cualquier parte. Pero aquello parecía una disculpa para llegar a la coda que completaba la exaltación de los recién casados con un “¡y viva el acompañamiento!”. Os puedo asegurar que todos los de León regresaron aquel día con aquella voz vibrante en los oídos, con aquella aclamación que les tenía en cuenta y celebraba su presencia fuera de sus casas. No estábamos acostumbrados a tanta cortesía. En la cuenca minera donde yo crecí los alardes para saludar a los recién casados resultaron siempre algo más fieros. La voz habitual era un insistente “¡que se besen los novios!”, resuelto en aplausos cuando la pareja, por fin, cedía al ruego. Luego, a cierta altura del banquete, la invocación se hacía más universal, como aquí, abandonaba el ámbito del matrimonio, también como aquí, pero desembocaba en una solución menos colectiva: “¡que se besen los camareros!”

 

Termino. Y quiero hacerlo con una apelación a las fiestas que están a punto de empezar. En el ocio, como en el trabajo, como en la lengua que nos dice, se conoce a un pueblo. Tenemos la suerte de pertenecer a uno que se distingue por su capacidad de integrar, de ofrecer cultura como parte de la diversión, de cultivar una convivencia poco habitual; un pueblo que parece más consciente que otros de su memoria colectiva, una comunidad que se sabe heredera de una disposición a colaborar con el vecino que se diría espontánea, y de unos modales cívicos que también resultan naturales a quien los descubre por primera vez. Pero nada de lo dicho se improvisa. Sin voluntad de conservar esa herencia tan esforzada, sin el empeño individual para hacerla durar, todo lo recibido resulta frágil. Conservemos ese patrimonio. Prolonguémoslo. Disfrutemos sin traicionar lo que con tanto esmero ha llegado hasta nosotros. Divirtámonos con educación y buen humor, participemos en la fiesta sin excluir a nadie. Seamos, también al festejar, ese pueblo que no se parece a tantos otros porque se sabe deudor de unas maneras afinadas por el tiempo. Y son buenas maneras. Seamos, como siempre, lo mejor que sabemos ser.

 

¡viva monleras! y ¡viva el acompañamiento!


martes, 13 de agosto de 2019

Pregón de las fiestas de Monleras 2019, pronunciado por Pepa, Anita y Geno en representación de las personas mayores de Monleras


Pregón de fiestas de las personas mayores de Monleras
GenoBuenas noches a todos, y bienvenidos a nuestras fiestas patronales. A todos cuantos estamos aquí reunidos nos une Monleras, bien porque hayamos nacido aquí, bien porque nos hayamos criado o vivido aquí, ya que “no se es de donde se nace, sino de donde se pace”. O bien por otros motivos, como vínculos familiares, de amistad o incluso vínculos laborales; al fin y al cabo vínculos, es decir, unidos a Monleras.
Queremos agradecer a la comisión de festejos el que plantearan este año que fuéramos los mayores los encargados de hacer el pregón; no ha sido tarea fácil, pero… aquí estamos con dicha misión. Muchas gracias a todos.
PepaNos costó un poco arrancar, pensando que los mayores no teníamos cosas que contar; pero una vez que nos pusimos a pensar vimos que teníamos mucho, mucho que contar.
Estas palabras que nosotras vamos a narrar han sido fruto del trabajo en equipo de un grupo de personas mayores que les quieren trasladar a sus paisanos –niños, jóvenes y no tan jóvenes–unas pinceladas de cómo hemos vivido en nuestro pueblo, qué cosas hacíamos, cómo nos divertíamos, cómo trabajábamos y qué costumbres teníamos, para que no se olviden y perduren en el tiempo.
Por supuesto, queremos dar las gracias a las personas que nos han ayudado en este asunto: a  Ángel, por insistir y no cejar; a Juanje, por indagar en nuestra memoria y animar, ya María, por darle forma a nuestras palabras y alentar.
GenoEmpezando por que los mayores que somos ahora –y que también vamos a la escuela a la Peñita– fuimos niños y fuimos muchos niños… Éramos cuarenta niños y cuarenta niñas, eso sí, en escuelas separadas; con mucho respeto a los maestros, que, si no, nos castigaban por nada. Y como podéis imaginar en el recreo no nos podíamos juntar. Las niñas jugábamos a juegos de niñas: a la comba, al corro, al escondite, al castro, a la goma y las casitas, pero no podíamos jugar a juegos de niños: la trompa, la pelota, las canicas, al aro, al brinco o el salto de la bandera.
En el mes de mayo llevábamos flores a la Virgen, nos hacían ir a la doctrina a la iglesia; en el mes de octubre y noviembre todas las noches al rosario; todos los viernes de cuaresma al viacrucis, etc. Pero, ojo, no todo iban a ser celebraciones religiosas. Nuestro jueves merendero todos los niños íbamos a la Peña el “Peazo” a comer la merienda, un cacho pan con chorizo y una naranja, y ya…
PepaY ya ¿qué?
AnitaPues eso, solo un cacho pan, una tajada de chorizo y una naranja.
PepaYa en nuestra juventud, para Carnaval  cambiaba un poco la cosa. Había una comisión de mozos. Esos mozos se encargaban del sorteo de los novios, para pasar los carnavales en pareja. Se escribían en distintos papeles el nombre de los mozos y de las mozas, se colocaban en dos gorras distintas y se elegían al azar; en resumidas cuentas, eran novios de los días de carnaval. La moza tenía que invitar al mozo a merendar a su casa. No obstante, para quien no lo sepa, “el novio de carnaval como se viene se va”.
AnitaPerooo…
PepaPero ¿qué?
AnitaPues que “pasando San Antón, Carnavales son”. Y, cuando andábamos cuidando las ovejas, porque teníamos que ir igual mozos que mozas, era costumbre de los pastores salir a quitar la merienda a las pastoras, y alguna cosa más…, como atar las manos para atrás a las pastoras. Y alguna broma era demasiado pesada, como meter una culebra en la fiambrera de la merienda.
PepaVaya, vaya  con los mozos de Monleras, nunca les faltaban quehaceres…
Anita“De San Juan a San Pedro van cinco días, que los pasan los mozos con alegría”
PepaAh… Pues te contaré que la víspera de San Pedro también estaban muy, muy ocupados, entre ir a cortar ra…
Anita“Anda diciendo tu madre que yo para ti soy poco, vámonos a la alameda y cortaremos de un chopo”.
PepaEntre ir a cortar ramos para las ventanas de las mozas…y poner algún que otro cardo…
AnitaE incluso ir a robar…
Pepa¿A robar? A robar no, mujer…
AnitaBueeeeeeno, a cogerles prestados los tiestos a las mozas del pueblo o del pueblo vecino y colocarlos encima del juego pelota. La verdad, tenían que acabar cansados, porque entonces no había escaleras tan largas: subían con una soga y los tiestos en un cesto, que alguno en el viaje quebraba.
PepaBueno, pues eso no es nada comparado con salir una “noche de ronda”…
AnitaSalir una noche de ronda, pero no la que estáis imaginando. En alguna noche de invierno salían a coger perros y correrlos en el corral de concejo con alguna lata atada al rabo… Si no te gusta mucho, diremos algún elemento sonoro sujeto a la cola.
PepaPues también con esta fechoría tenían que acabar agotados. Pero bueno, más tarde se recuperaban.
AnitaComo que iban a Casa Paca a por una jarra de vino con gas, llamada la Bernarda.
GenoBueno…, también les hacían otros encargos y cumplían.
Mira…, el señor cura les encargaba encordar las campanas la víspera de Todos los Santos. Para quien no lo sepa, ese toque de campanas es tocar a muerto y tenían que tocar durante toooooda la noche.
AnitaBuh…,¿toda la noche? ¿Y con el frío?
GenoPara esta tarea el señor cura les daba un cántaro de vino; ellos hacían lumbre y asaban castañas que compraban en Casa de María La Corredera, ¡que todo el mundo sabe quién era! Como ves, frío, frío, no pasaban.
Anita¡Vaya con los mozos!
GenoPero, ¿y de las mozas?, ¿qué me dices de las mozas?
AnitaLas mozas… Las mozas sí que pasábamos frío cuando teníamos que ir a lavar a las pozas: a La Naveta, a Fuente Nueva o La Nava el Gago. Entonces no había lavadora y teníamos que romper el carámbano para poder lavar. Aunque era una labor muy dura, el lunes era un día muy entretenido; íbamos mucha gente a lavar y, aunque las manos sí se quedaban heladitaaaas, la de sin hueso no pasaba frío ninguno. Allí se sabían todos los chismes y nos poníamos al corriente de todo lo ocurrido, hasta de si algún mozo escribía alguna carta a una moza, y eso que el cartero era muy discreto.
GenoAhora vamos a contar una cosa que hacían las mozas por Pascua.
El domingo de Lázaro íbamos de casa en casa a pedir para la Virgen y nos daban algo para las mozas: huevos, garbanzos, dinero y demás.
La víspera de Pascua, a las doce de las noche, las mozas nos reuníamos y con cantares a la Virgen íbamos a la iglesia, donde tocaban las campanas y el sacristán nos abría las puertas. Después íbamos a casa de la Tía Ana María, que era señora que cuidaba durante todo el año a la Virgen, y a la lumbre se hacían unas tortillas y allí las comíamos.  Los mozos también se reunían en la plaza y, en vista de que las tortillas no iban a ser compartidas, alguna broma hacían, como subir al tejado y tirar paja por la chimenea para fastidiar las tortillas.
PepaY ahora os vamos a dar una “master class” de economía rural… Sí, sí, una “master class”.
Porque para eso sabemos mucho en Monleras de aprovechamientos comunales.
Comenzaremos por “La subasta de las moñicas de la boyá”. Sí, sí, como habéis oído. En primavera, cuando se iban los churros a la boyada, se subastaban y se sacaba buen dinero para ayudar a pagar al boyero. Esto se hacía el domingo de cada semana a la salida de  misa, a la parte de atrás del juego pelota. Ahora viene lo elocuente del tema. Seguro que alguno está pensando en el estiércol, en algún carro o carretilla… No, no, no…,quien se lleva la subasta se lleva la boyá a abonar “in situ” la cortina o el terreno que hay que abonar. Y ,ojo, se tiene que ocupar de cuidar las vacas, incluso por la noche, para que no se vayan a escapar o alguien se las lleve de propio intento para abonar el terreno suyo.
Geno¡Que no me digan a mí si no es economía eso: sacar dinero de “eso”!
Otra tarea era salir toda la gente del pueblo en tres bandos a coger bellotas para dar de comer a los cebones para la matanza. Se juntaban en un muelo donde se acordara, en Vallehermoso, Fuentecaliente o El Santo y luego se repartía una parte por vecino, se medían con la cuartilla o con la media. Y, si no llegaban para todos, se tenía en cuenta a quien no le hubiera tocado parte para el día siguiente.
AnitaPues como ya tenemos los cebones, pasamos directamente a “La matanza”. Era una de las actividades más importantes del invierno. Además de proporcionar sustento para todo el año, era motivo de fiesta, reunión y celebración. Se invitaba a familiares, amigos y vecinos.  Duro trabajo unos días…Mientras los hombres y mujeres trajinaban, también los chavales tenían que hacer: arrastraban mantas de zarceras que quitaban de alguna pared o algún portillo, con las que se preparaba una lumbre al anochecer y, si alguno de fuera se acercaba, decíamos: “lumbre de renta, el que no traiga leña no se calienta”.
La matanza era el ambiente adecuado para poner en marcha muchas bromas…, como poner una tripa inflada a la espalda de cualquier vecino o invitado que por la matanza pasara, o tirar “el cacharro”: se cogía un puchero de barro viejo, se llenaba de piedras y a estamparlo contra la puerta del corral de quien había “matao” y a salir corriendo para que no nos pillaran; esta broma era muy ruidosa. Y otra broma un poco más pesada y olorosa era la “ahumaza”, que consistía en meter brasas en una lata con pelos, pezuñas, gomas, pimentón, cosas que atufaran, que olieran muy mal, y colarlo en la casa de los de la matanza sin que se dieran cuenta… ¡Lo malo si te pillaban, que te untaban la cara con el mojo del farinato!
También hacíamos algo productivo: un candil… Sí, sí, “el candil de la Bisisa”. Se abría una patata gorda a la mitad, se vaciaba, se colocaba una mecha y se rellenaba con trozos de grasa que arrebañábamos de las artesas, se prendía y ¡vaya si funcionaba!
GenoYa las hemos mencionado y ahí están,  ahí siguen, testigos de todo lo que hemos contado y de lo que está por pasar: las campanas…Para ir terminando, os queremos contar el servicio que hacían antaño. No sólo marcaban actos religiosos, sino que nos servían de guía en muchas cosas de nuestro día a día. Mencionaremos algunos toques para que tampoco se nos olvide el lenguaje de las campanas.
PepaServían de reloj, para marcar las horas importantes del día: al venir el día, una persona daba tres toques a las Aves Marías; al mediodía, otros tres, y al anochecer, ya con el señor cura, el toque a la oración.
Para celebraciones religiosas había muchos toques. A misa primero se tocaba, luego daban las tres, las dos, la una y se remataba con el cimbanillo dando las muchas. Durante la misa, para que los enfermos o impedidos de ir a misa supieran por dónde iba, se daban tres toques en el momento de la consagración.
Si en misa había procesión, se repicaban las campanas, o el sábado de Corpus anunciando que al día siguiente era la fiesta; o también repicaban las campanas chicas cuando se bautizaba a un niño.
GenoSe tocaba un toque especial si a un enfermo le iban a dar  el Santo Viático. Si se moría una persona, encordaban para que lo supiera todo el mundo. El día del entierro igualmente tocaban y, en lo que llevaban al cadáver de casa al cementerio, estaban encordando. Si se moría un niño, se tocaba con unas campaninas chicas que eran dos.
PepaLas campanas también sonaban si se perdía una persona en el campo ­–porque hubiera nevado mucho o había mucha niebla– y había que salir en su busca. Si había fuego, se tocaban las campanas de forma muy rápida, “a rebato”, para que los vecinos acudieran a ayudar a apagar el fuego lo más rápido posible.
GenoTambién se tocaban las campanas para entrarlas vacas a los valles de la hoja; se formaba mucha cola y había que estar con cuidado de que no se pelearan entre ellas. Los que no nos peleábamos por ir éramos nosotros si “tocaban a gabelas” o si venía el cobrador de los municipales, que también tocaban…
AnitaTaaan, taaan, taaan,taaan, taaan, taaan, taaan…,“yal toque de la oración, el baile se acabó y cada niño a su rincón”.
GenoAntes de finalizar, queremos hacer un pequeño guiño a los que ya no están…, que seguro que a algunos les hubiera encantado participar.
Nos damos por satisfechos si estas palabras han servido para pasar un rato agradable, para a algunos hacernos recordar, a otros hacerles pensar y a otros hacerles indagar en estas cosas y costumbres de Monleras. Y ni que decir tiene que, si alguien quiere ampliar, no dude en preguntar a los mayores, que son la mejor Wikipueblo que podéis consultar.
PepaMuchas gracias a todos por vuestra atención. Os deseamos unas felices fiestas, disfrutad mucho de la familia y del pueblo. Nuestro pueblo está vivo, se habla mucho de la España vaciada y aquí hay movimiento, hay vida. ¡Pongamos nuestro grano de arena para que nuestro pueblo continúe vivo!

lunes, 13 de agosto de 2018

Pregón de las fiestas de Monleras 2018 pronunciado por Mariana Fuentes Pascual


Buenas noches
Yo soy Mariana, nacida en Monleras, Partido de Ledesma, Provincia de Salamanca y Reino de León. Así decíamos en la escuela cuando yo era chica. Ahora soy religiosa trinitaria y estoy en la Argentina.
Cuando el alcalde señor Ángel me pidió que dijera unas palabras sobre mi pueblo, me quedé sin saber qué contestarle porque no tenía idea de qué podía hablar. Después comencé a pensar y me di cuenta que habiendo pasado aquí mi infancia es de lo que más recuerda uno. No sé si a ustedes les pasa lo mismo pero yo me acuerdo más de cuando era chica que las cosas que me suceden últimamente.
Los primeros años de mi vida trascurrieron entre mi familia, la escuela y la Iglesia. Mis padres, Eloísa y Victoriano, como todas las familias del pueblo tuvieron que luchar mucho para llevar adelante la familia: el trabajo duro del campo, la siembra, la trilla, la cosecha. Como nosotras, Bene, Geno y yo, éramos más pequeñas, la mayoría de las veces nos dejaban en casa con mi hermano Cele. Francisco y José, con mis padres, se iban al campo. Aunque la vida era muy dura, yo al ser muy chica, mucho no me daba cuenta. Un día recuerdo que mi padre, seguramente porque estábamos pasando necesidad, se vio obligado a vender el burro, que teníamos para el trabajo, en Vitigudino; y mientas fue a arreglar los papeles, cuando regresó, se lo habían robado. Imagínense como volvió mi padre a casa. Luego tuvo que vender la vaca lechera que a mí me costó lágrimas porque estábamos muy encariñados con ella y además, lo que era peor, no íbamos a tener más leche. Yo ahora pienso cuánto tendrían que haber sufrido todas las familias de aquel tiempo, no solamente la nuestra. Solamente la fe en Dios y con la unión que había en la familia, podían seguir adelante.
Nuestros juegos eran en casa, en la escuela, en la calle o en casa de algunas de las compañeras, con los chicos vecinos o con mis primas, Juliana y Ángela, que además de ser primas, vivíamos al lado y siempre estábamos en una u otra casa. Nuestros juegos más comunes eran: jugar a las casitas, al castro, a la cuerda, a las tabas y a contar cuentos, etc. Recuerdo que en verano solíamos salir por la tarde a la calle mientras nuestras madres se sentaban a tejer y jugábamos todos juntos, chicos y chicas; en ese rato solían salir a pasear Don Valentín y Doña Lucinda (a quienes teníamos muchos respeto) salían con sus hijos, y cuando los veíamos llegar nos escondíamos porque si nos veían jugar chicos y chicas juntos, al día siguiente nos retaban en la escuela. También nos retaban si nos veían o se enteraban que pasábamos por la plaza cuando había baile.
También recuerdo cuando se mataban los cerdos, era una fiesta para todos, nos juntábamos toda la familia: mi tío Quico con los hijos: Catalina, Juan, Graci, Isabel y Tere; mi tío Andrés y mi tía Regina con Juliana y Ángela y nosotros. Mientras los grandes trabajaban, los chicos aprovechábamos para hacer bromas; hacíamos lumbre en la calle y nos calentábamos en ella mientras nos divertíamos. También íbamos a dar el cacharro a otros que habían hecho la matanza el mismo día.
En verano íbamos a trillar en la Manga del Manzano, como no teníamos reloj conocíamos la llegada del mediodía al llegar la sombra a una piedra, que habían colocado a propósito; cuando esto sucedía ya nos poníamos de pie en el trillo para mirar al Santo porque por ahí tenía que bajar mi madre en el burro con la comida. Era el momento más importante.
También desde el trillo esperábamos el coche de línea que todas las tardes pasaba por la carretera abarrotado de gente para decirle “adiós”, creo que era el único coche que pasaba.
Recuerdo un día que estaba en los manzanares con uno de mis hermanos, creo que era Cele, hice un gran descubrimiento. Encontré un nido de perdiz entre unas peñas y arbustos y salí gritando de alegría (ni que hubiera descubierto América). También salíamos a buscar y comer moras. Eso no era nada malo. Lo malo era que las llevábamos los bolsillos y ya se podrán imaginar cómo quedaban y lo que nos esperaba cuando llegábamos a casa.
Las noches de invierno las pasábamos calentándonos a la lumbre, a la luz del candil y cuando mi padre o mis hermanos iban a echarles de comer a las vacas, que estaban en el corral íbamos con faroles para alumbrarles.  Cuando llegó al pueblo la luz eléctrica, pusieron una en cada casa y la nuestra la pusieron en el portal y abríamos las puertas para que entrase en las habitaciones.
La escuela en aquel tiempo no era de mucho agrado como es ahora “la letra con sangre entra” aunque con nosotras no fue tanto así. A pesar de eso, yo solo recuerdo haber faltado un día. El día en que mi hermano Francisco se tuvo que ir al servicio militar. De la escuela tengo muchos recuerdos, pero uno muy puntual. Cuando murió el señor Fausto, la señora Fredes tuvo que marchar a Buenos Aires con sus 7 hijos, para mí esto fue muy triste; por eso, cuando después, de religiosa, me trasladaron a Buenos Aires y pude conseguir alguna dirección, fue una alegría muy grande poderme encontrar con una de las hijas que coincidió no estar muy lejos de donde teníamos nosotros un colegio. Los lazos son muy fuertes cuando uno está lejos. También me pasó con dos muchachos de Argusino que se marcharon a Buenos Aires cuando su pueblo quedo bajo el agua. Ahora hace unos meses vimos su pueblo por televisión y lo llamé para que lo miraran. También con Martín, nuestro vecino, que está en el Paraguay pude comunicarme en alguna ocasión.
También recuerdo las campanas que anunciaban distintos eventos: fallecimientos de mayores y niños, gente perdida en la nieve, para pagar los impuestos, para ir de ojeo y para las fiestas grandes, que repiqueteaban las campanas anunciando que era día de fiesta.
En la escuela y en la familia aprendí a conocer y amar a Dios, aunque esto fue creciendo con el tiempo. Recuerdo las fiestas del pueblo: el día de Corpus, las calles perfumadas por las flores, el olor a tomillo, el romero, los balcones lucían colchas y manteles los más hermosos, los altares que se preparaban para hacer paradas con el Santísimo y pedir por las necesidades de nuestro pueblo. Recuerdo a mi tío Andrés tocando el tamboril, la marcha real y los cohetes. Nosotras, las niñas, íbamos con delantal y moños blancos en la cabeza.
Recuerdos lindos de la parroquia donde fui bautizada y comencé a frecuentar el Sacramento de la Eucaristía, el repiqueteo de campanas llamando a la iglesia para concurrir al templo.
La Virgen de la Asunción, nuestra Patrona. Es ella quién nos sigue reuniendo hoy aquí y es que la madre no puede faltar. Así como el día de cumpleaños o santo de nuestra madre todos los hijos se reúnen, asi también el día de nuestra madre del cielo, le decimos “aquí estamos”. Esta devoción a la Virgen está extendida por toda América Latina. “Por María a Jesús”. Es el mejor medio para ir a Él. Recuerdo las visitas de la Virgen a nuestro pueblo a través de las advocaciones de Fátima y Lourdes, que íbamos a esperarla y a despedirla.
Otro acontecimiento muy importante para mí fue la misión de los Redentoristas en el pueblo. En ella sentí que Dios me llamaba para la vida religiosa y desde entonces no pensé en otra cosa que en concretar mí deseo. De aquí se fueron al Manzano y los acompañamos hasta allí y volvimos en el camión del señor Eloy.
 Les aseguro que siempre me he sentido feliz en la vida religiosa, aunque en mi camino hayan aparecido dificultades como en todas las órdenes de la vida. Les cuento que cuando empecé a estudiar en Buenos Aires, la primera clase de música la profesora nos enseñó una canción que me hizo emocionar y era así: “pueblito mi pueblo, extraño tus tardes, querido pueblito no puedo olvidarte”.
La mayor felicidad está en cumplir con la vocación a la cual hemos sido llamados por Dios en función de servicio. Cada vez que vuelvo al pueblo veo más positivo que negativo, se nota que las autoridades sirven al pueblo y no se sirven del pueblo. Es un ejemplo para el mundo, si todos trabajaran en función de servicio, no habría guerras en el mundo. Nuestro pueblo siempre dio ejemplo de generosidad y le gustó compartir. Recuerdo una noche de mucha lluvia, pasaban por las cruces dos pastores con sus ovejas y se acercaron a nuestra casa, que vivíamos cerca, para refugiarse. Recuerdo que mis padres los hicieron entrar, se secaron las ropas en la lumbre y les dieron de cenar; luego vi como mis hermanos, Francisco, Cele y José, se fueron al pajar de la paja para dejarles la cama y pudieran descansar ellos. Así era el pueblo de Monleras y así sigue siendo, se percibe enseguida.
Agradezco al señor Ángel (alcalde del pueblo) que por algo lleva tantos años en el cargo, siendo un ejemplo para muchos. También quiero hacer presente a Juanito y Juliana (muchos años maestros en el pueblo) por su trabajo desinteresado en el mismo.
No solamente en la escuela, sino en cualquier lugar donde pudieran ser necesarios. Para mí fueron un ejemplo de solidaridad que pusieron en práctica el mandato de Jesús “un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Juan: 15,17).
Como en los primeros cristianos que se conocían al ver como se amaban, asi es como se percibe en Monleras: como comparten, como se ayudan, como se aman y como dialogan para evitar conflictos. Esto no viene porque si, sino que ha habido sembradores por el camino y está dando fruto.
Termino pidiendo a la Virgen que nos acompañe en nuestro caminar para no separarnos nuca de Jesús. En la Eucaristía que vamos a celebrar el día de la Virgen y que estaremos todos presentes, pues no puede faltar nadie, pediremos de una forma especial para que nos mantenga siempre unidos estemos donde estemos, ya que todos tenemos las mismas raíces.
Están todos invitados para cuando vayan a Buenos Aires, allí tienen su casa, no es en el lugar donde estaba antes, ya que desde que me jubilé como docente me retiré a un barrio carenciado, pero allí también serán muy bien acogidos. En estos dos años tuve la visita de unos primos de Asturias y también la sorpresa de Silvana, que nos fue a colaborar un mes. Nunca faltan profesores de Bilbao y Valencia que durante las vacaciones de verano van a colaborar con nosotros. Anteriormente lo habían hecho Cele y Veri; también Marta cuando fue con la orquesta para tocar al teatro Colón. También Cándido y Pilar.
También un día nos visitó el alcalde de Puerto Rico; y así como él, un día nos puede dar la sorpresa el alcalde de Monleras.
¡VIVA LA VIRGEN DE LA ASUNCIÓN, NUESTRA PATRONA!
¡VIVA MONLERAS!
¡VIVAN LAS FIESTAS DE MONLERAS!